En el inmenso panorama de la música cubana, pocos nombres resuenan con tanta autenticidad y carisma como el de Polo Montañés. A lo largo de su corta pero intensa carrera, Polo logró capturar la esencia del campesino cubano y llevarla a los escenarios del mundo.
Nacido como Fernando Borrego Linares el 5 de junio de 1955, en la localidad de El Brujito, municipio de La Palma, provincia de Pinar del Río, Cuba, Polo Montañés creció en un entorno rural que influyó profundamente en su música. Desde pequeño, Polo mostró un interés innato por la música. A los siete años, ya tocaba las maracas en el grupo de su padre, quien era un agricultor y músico aficionado. La vida en el campo y las tradiciones familiares fueron cruciales en su formación.
Su carrera profesional comenzó mucho más tarde, y fue a lo largo de las décadas de 1980 y 1990 cuando Polo se dedicó plenamente a la música. Durante estos años, ofreció conciertos en diversas localidades cubanas, pero sin gozar de la fama y el reconocimiento que merecía. Sin embargo, fue en esta época cuando desarrolló su estilo único, basado en géneros como el son, el guajiro y el punto cubano.
El verdadero despegue de su carrera llegó en el año 2000, cuando el productor musical José da Silva, famoso por trabajar con el cantante Cesária Évora, lo descubrió y decidió apoyarlo.
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Flor Palida
Hay una flor,
Un día en el camino.
Que apareció marchita y deshojada,
Ya casi pálida, ahogada en un suspiro.
Me la llevé a mi jardín para cuidarla.
Aquella flor de pétalos dormidos,
A la que cuido y con todo el alma.
Recuperó el color que había perdido,
Porque encontró un cuidador que la regara.
Le fuí poniendo un poquito de amor,
La fuí abrigando en mi alma,
Y en el invierno le daba calor,
Para que no se dañara.
De aquella flor hoy el dueño soy yo,
Y he prometido cuidarla.
Para que nadie le robe el color,
Para que nunca se vaya.
De aquella flor surgieron tantas cosas,
Nació el amor que ya se había perdido,
Y con la luz del sol se fue la sombra,
Y con la sombra la distancia y el olvido.
Le fuí poniendo un poquito de amor,
La fuí abrigando en mi alma,
Y en el invierno le daba calor,
Para que no se dañara.
De aquella flor hoy el dueño soy yo,
Y he prometido cuidarla.
Para que siempre este cerca de mí,
Para que nunca se vaya.