Desposorio de un lucero
Nadie canta ya en la aldea,
ya nadie quiere cantar.
Se les marchó en una noche el encanto,
el encanto del lugar.
Moreno canto de niña,
un diamante sin tallar,
entre veredas y cumbres
y prados de verdemar.
Hacia la fuente del huerto
yo la veía pasar.
Una flor en su cabello
y en su cara un madrigal.
Madrugaba con el alba,
yo la veía pasar,
con ojos de sueño y luna,
brazos de mármol y sal,
brazos de mármol y sal.
Un lucero enamorado
quiso a la niña enlazar
con arcos de desposorio
a su dulce rutina.
Las rosas que ella robaba
a las rosas al pasar,
han formado una corona
en la fuente de cristal,
en la fuente de cristal.
Desde entonces en la aldea
ya nadie quiere cantar.
En los huertos y en la acera
solo hay ganas de llorar.