Entre faroles y esquinas
Por las cumbres de la sierra
llegó la noche callada
a Córdoba pensativa,
a Córdoba enamorada.
La noche se me caló
por las veredas del alma,
mientras cruzaba sus calles,
y me asomaba a sus platas.
Ante un Cristo solitario
vi que estaba una muchacha
hablándole de su noche
con el pecado en la cara.
Que nadie lanzó su piedra,
que nadie lanzó su piedra,
de ti riega con tu llanto
el calor de tu almohada.
Que nadie lanzó su piedra,
que nadie lanzó su piedra,
de ti riega con tu llanto
el calor de tu almohada.
Por la cuesta del Bailío
con la cabeza muy baja,
con su amor y con su pena
se marchaba la muchacha.
El alcázar de mi barrio,
la luna en la fuente clara,
la malicia de los nardos,
y verde entre las malvas.
Ante un Cristo solitario
vi que estaba una muchacha
hablándole de su noche
con el pecado en la cara.
Que nadie lanzó su piedra,
que nadie lanzó su piedra,
de ti riega con tu llanto
el calor de tu almohada.
Que nadie lanzó su piedra,
que nadie lanzó su piedra,
de ti riega con tu llanto
el calor de tu almohada.
Que nadie lanzó su piedra,
que nadie lanzó su piedra...