El viejo de la aldea
A las diez cada mañana
él subía por la cuesta.
En la ermita se encontraba
con los viejos de la aldea.
Antes de comer se daba
un paseo por los campos.
Y antes de apuntar el alba,
ayer mimaron sus manos.
La mirada se le pierde
más allá de las cosechas,
donde el sol ya se revuelve
entre las raíces secas.
Y se fue una mañana,
que no subió a la ermita.
Nadie en el pueblo lo supo,
nadie supo a dónde fue.
Se alejó por el sendero,
que conduce río abajo,
y dejó atrás el pueblo,
al ermita y a sus campos.
Allá abajo en la ciudad
recorrió bares y plaza.
Invitaba en cada bar,
y piropeaba muchachas.
Oyó música en la playa,
y cortó mi perezoso.
Por allá rezó sus años mozos,
él bailó con la más guapa.
Y se fue una mañana,
que no subió a la ermita.
Nadie en el pueblo lo supo,
nadie supo a dónde fue.
Y se fue una mañana,
que no subió a la ermita.
Nadie en el pueblo lo supo,
nadie supo a dónde fue.